Calderón buscó afanosamente un jilguero, un
publicista que pudiese entonar un canto de loas y reverencias a los logros del
sexenio. Su búsqueda fue inútil, nadie resultó ser lo suficientemente guapo o
bella, con voz melodiosa y potente que tuviese el imponente temple de una
campana de plata para declarar la marcha triunfal de seis años gloriosos de
éxitos; para poder hacer justicia a la leyenda que habitó la residencia de Los
Pinos del 2006 al 2012... finalmente con la ceja arqueada y oteando su severa
imagen se convenció que nadie más justo para ese papel en el centro de la
escena que aquel reflejo que lo contemplaba en el Espejo:
"Yo Calderón" obra cumbre de la novelística de ficción mexicana solo podía ser cantada por Felipe Magno. Arcángel antinarco, modernizador globalizante, privatizador dueño de la patente de la palabra "EXITO", Todo con mayúsculas.
Para coronar su obra, con la confianza de los amarres que otorga el peso decisorio de Washington, Felipe magno se dedicó con pala y azadón a cavar profundo lo que se convertiría en su mejor obra: la sepultura de la educación superior pública.
El Magno enterrador ya ni siquiera se había molestado en solicitar un parche más en los trapos raídos de lo que fue magnífica prosa: La Constitución... Ahora, sin atribución alguna, en el delirio de la omnipotencia daba el banderazo de salida a la demolición de la educación superior pública: el dinero de los impuestos, el dinero de todos ahora iría en directo, a parar a manos de banqueros y dueños de institutos de educación superior privada.
El magno privatizador había logrado con un solo certero golpe de su pico robar 2,500 millones de impuestos, esfuerzo de todos para beneficio de unos cuantos. y con la temeridad propia del ciego prometer que no habría límite al monto del hurto... viva el saqueo, perdón, ¡Que viva el éxito privatizador!!
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