Todos los municipios tienen en
teoría un ordenamiento de uso del suelo. Se asigna un lugar para la vivienda,
otro distinto para la industria y las actividades productivas, otra como
reserva ecológica y áreas de esparcimiento, igualmente centros administrativos
y de comercio y finalmente se asigna un lugar para depositar la basura, los
desechos tóxicos, las aguas grises y negras.
Pero ¿qué sucede cuando en un
municipio a alguien se le olvida convenientemente hacer la distinción entre
todas estas áreas? ¿O qué propicia que estas zonas se encuentren entremezcladas
en vez de separarlas?
Lo que sigue es una pesadilla en
donde los habitantes se intoxican con los desechos de las fábricas, las
fábricas se enfrascan en largos procesos judiciales para defender su derecho a
existir contra la protesta de los vecinos. Donde los rellenos sanitarios se
convierten en los pozos que se tragan casas enteras en donde los niños
crecen (si pueden) expuestos a contaminantes que los dañarán severamente... en
suma, lo que tendremos es un municipio lleno de habitantes infelices, procesos
productivos ineficientes, una trampa de subdesarrollo eterno: Atentar contra un
ordenamiento racional del territorio equivale entonces a ir decretando en el
caos de un territorio contaminado la lenta muerte del municipio por
envenenamiento.
El caso de Ixtlahuacán es especialmente grave pues hablamos
de la contaminación del aire. Con aire contaminado todos los demás parámetros
se desploman en cascada comenzando por el de la salud. Una agresión cotidiana
al aire es una agresión cotidiana a la salud de sus habitantes. Sin aire limpio
que respirar nos enfrascamos en escenarios de pesadilla.
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